viernes, 29 de noviembre de 2013

Los chistosos somos más listos y más atractivos


Los científicos no saben para qué sirve el sentido del humor. Antes de que se me malinterprete puntualizo: no saben si cumple alguna función en la historia evolutiva de nuestra especie.

Lo que sí sabemos es que el sentido del humor existe y se valora en todas las culturas, lo que sugiere que es una característica de la especie, programada en los genes (digamos para simplificar), y no un rasgo cultural, contingente y pasajero.

Buscando en Google Scholar me encontré un filón muy rico de artículos de investigación sobre el sentido del humor, su origen y sus posibles funciones. Hay un libro buenísimo sobre la risa del neurobiólogo Robert Provine, pero Provine estudia la risa como comportamiento reflejo y analiza sus características físicas y fisiológicas, así como los numerosos contextos sociales en que ocurre. Estudia la duración y frecuencia de los jijijís y jajajás, quién se ríe más, hombres o mujeres (resulta que las mujeres). Para Provine el humor es sólo una de muchas causas de la risa y en consecuencia lo trata de manera pasajera.

Los psicólogos Eric Bressler y Sigal Balshine han publicado varias investigaciones encaminadas a explorar si el sentido del humor nos hace más atractivos. No es para saber si nos conviene ser más chistosos a la hora de ligar (o no sólo para eso), sino para ver si el sentido del humor surgió en nuestra especie por el mecanismo que los biólogos llaman selección sexual. 

Así surgió la cola del pavorreal macho. En muchas especies, los machos despliegan sus aptitudes como procreador y las hembras escogen. Si eres macho, te conviene echarles mucha crema a tus tacos (o sea, alardear lo más posible), incluso al grado de mentir; pero si eres hembra, te conviene tener mecanismos para detectar faroles. Así, en un estira y afloja evolutivo de millones de años, surge una señal de aptitud garantizada, que no se puede fingir, como la cola del pavorreal: una cola hermosa sólo se puede tener si además se tiene buena salud y otras características deseables para las hembras en el futuro padre de sus hijos.

En la naturaleza hay muchas garantías de aptitud que no se pueden falsificar como la cola del pavorreal. Bressler y Balshine (y otros) sugieren que el sentido del humor en los humanos (y especialmente en los varones) es una de esas garantías. Dicho de otro modo, a las mujeres les gustan más los hombres que las hacen reír porque esto es una señal inconfundible de aptitud. ¿Y qué tipo de aptitud señala el sentido del humor? Eric Greengross y Geoffrey Miller, de la Universidad de Nuevo México, proponen que el sentido del humor es señal de inteligencia, y mencionan otros estudios en que la inteligencia a su vez está relacionada con características más directamente deseables, como buena salud, longevidad y (¡gulp!) "calidad" del semen.

En 2011 Greengross y Miller publicaron una investigación en la revista Intelligence. Su propósito era mostrar que el sentido del humor y la inteligencia van de la mano y que, así, el sentido del humor es señal indirecta de un montón de aptitudes deseables en el macho (ya Bressler y Balshine habían mostrado que a las mujeres les gustan más los hombres que las hacen reír, pero a los hombres les atraen más las mujeres que se ríen de sus bromas). Para eso, Greengross y Miller toman a 400 estudiantes de su universidad (edad promedio: 20 años, pero intervalo de edades de 18 a 57 años; es una universidad muy acomodaticia en el asunto de la edad de sus alumnos de primer ingreso), y les hacen tres tipos de pruebas:

Prueba de inteligencia, y en concreto, una prueba de razonamiento abstracto ("¿cuál de estas figuras cuadra con esta otra?") y de inteligencia verbal ("¿cuál de estas palabras tiene un significado más parecido a esta otra?").

Prueba de sentido del humor (ojo: de creación de humor, no de habilidad para contar chistes hechos). Les dan tres caricaturas de un concurso de la revista The New Yorker (conocida, entre otras cosas, por sus paneles humorísticos de un sólo cuadro) y les dan 10 minutos para que inventen el mayor número posible de frases chistosas para acompañar cada caricatura. Luego un jurado independiente califica los resultados sin saber de quién son en una escala del 1 al 7. (Los autores señalan que la gran mayoría de las frases no tenían la menor gracia.)



Prueba de éxito reproductivo... o en estos tiempos en que el sexo rara vez conduce a la reproducción, prueba de éxito en el ligue. En la evolución gana quien deja más descendencia. Todo lo que sirva para obtener más parejas sexuales es una ventaja evolutiva. La prueba de éxito reproductivo sirve para saber si los participantes resultan atractivos al sexo opuesto. Para medir esta esquiva característica, Greengross y Miller les dan a sus participantes una lista de preguntas. He aquí algunos ejemplos: edad del primer encuentro sexual (promedio, 16 años tanto en hombres como en mujeres), número de encuentros en el último mes (hombres: 6.01, mujeres: 6.69), número de parejas sexuales en el último año (h: 1.85, m: 1.78), número de encuentros de una sola vez (2.63, 1.83) y número de veces que se acostaron con dos o más personas distintas en un lapso de 24 horas (0.66, 0.24).

Resultados resumidísimos: el humor se relaciona más con la inteligencia verbal que con la capacidad de abstracción en ambos sexos, pero más en los varones. Los participantes más chistosos salieron más proclives al sexo casual y frecuente, y en general, la inteligencia, revelada por medio del humor, conduce en promedio a más encuentros sexuales, sobre todo para los varones. Es decir, el sentido del humor es sexy, cosa que ya sabíamos. Greengross y Miller concluyen que esto demuestra que el humor es una característica de la especie y que surgió por selección sexual, como una señal, imposible de fingir, de inteligencia. Como buenos científicos, al final del artículo los autores enumeran las limitaciones de su estudio; por ejemplo, que no hay medidas bien validadas del sentido del humor, que la situación en que los participantes produjeron frases humorísticas es poco natural (en particular, no fue en situación de ligue) y que sólo evaluaron dos aspectos de la inteligencia. Su conclusión final es una maravilla de concisión y prudencia científicas: "la capacidad humana de producir y apreciar el humor puede ser análoga a las capacidades de otros animales de producir y apreciar otros tipos de comportamientos de cortejo que son prueba confiable de cualidades fenotípicas y genéticas."

viernes, 15 de noviembre de 2013

Evolución congelada

Para ver la evolución en acción se necesita una vista panorámica de miles de generaciones. Por eso, si uno quiere hacer experimentos para observar aspectos generales de la evolución, le conviene usar organismos que se reproduzcan muy rápido, como las bacterias Escherichia coli. 

En 1988 Richard Lenski puso a cultivar 12 muestras idénticas de Escherichia coli y se sentó a esperar, metafóricamente hablando, porque en realidad estaba muy activo. Quería estudiar la velocidad de la evolución y si esa velocidad cambia a lo largo de las generaciones; si los cambios evolutivos de una población se pueden repetir en otra; cómo se relacionan los cambios en los genes con los cambios observables externamente.

Los genes en una población cambian porque siempre hay errores al replicarse el ADN de una generación a la siguiente. Estos errores de copiado se llaman mutaciones y ocurren al azar. Las bacterias de Lenski no mezclan sus genes con los de otros linajes, es decir, no practican el sexo, ¡las pobrecitas! Eso simplifica las cosas para Lenski y sus colaboradores porque las mutaciones se pueden rastrear más fácilmente que cuando ocurre la mezcla de genomas que caracteriza a la reproducción sexual. Por supuesto, esto también limita el alcance de las conclusiones, pero eso es inevitable en cualquier experimento.

Hasta hoy ya varias generaciones de estudiantes de posgrado han colaborado con Lenski, pero no tantas como las generaciones de bacterias, que ya rondan las 60,000.

Desde 1988 Lenski y sus colaboradores han seguido un estricto protocolo: todos los días se extrae una muestra de cada cultivo y se pone en un nuevo cultivo. Cada 500 generaciones (más o menos 75 días) se extrae una muestra grande de cada linaje y se congela a 80 grados bajo cero. Las bacterias no se mueren, sólo quedan inactivas, o sea que en cualquier momento se pueden descongelar y reactivar. Es como tener copias pasadas del disco duro de tu computadora. O mejor aún: como tener un registro fósil perfecto y reanimable. Imagínense poder revivir dinosaurios para estudiarlos (me informan que eso ya se le ocurrió a alguien, pero no era científico, sino novelista). Cada tanto, Lenski y amigos comparan las poblaciones nuevas con las antiguas para medir cambios en la capacidad de reproducirse y estudian cualquier suceso interesante que pueda ocurrir...

Para hoy, con cerca de 60,000 duplicaciones de población y 100 millones de millones de bacterias en el experimento, la probabilidad dice que toda mutación posible en el genoma de la E. coli (estrictamente, toda mutación consistente en cambiar una sola letra del genoma) ya debe de haber ocurrido varias veces, o sea que las poblaciones de Lenski han tenido oportunidad de explorar todas las variantes posibles. Como las mutaciones ocurren al azar, lo más probable es que sean nocivas o neutras; menos probable es que sean favorables, pero ya deberían de haber ocurrido también muchas de éstas.

Y en efecto, así es: todas las poblaciones, en estas condiciones de estabilidad y alimento inagotable, han desarrollado bacterias más grandes y todas se han vuelto especialistas en consumir glucosa, el alimento que les da Lenski. También se han vuelto malas consumidoras de otros nutrientes que sus antepasadas consumían sin remilgos. Algunas de las poblaciones han desarrollado defectos en el sistema que repara daños en la información genética, lo que facilita las mutaciones y acelera el ritmo de exploración de posibilidades (es decir, de cambio evolutivo).

Pero lo más asombroso que han hecho las bacterias de Lenski ocurrió en la generación 33,127. Lenski y sus estudiantes vieron que uno de los cultivos estaba muy turbio, señal de que las bacterias habían proliferado más de lo normal. Por medio de experimentos laboriosos realizados por el estudiante Zachary Blount, el equipo se dio cuenta de que las bacterias de esa población estaban consumiendo ácido cítrico, sustancia presente en el cultivo, pero que a las otras poblaciones no les servía de alimento. Lenski y Blount recurrieron a su registro fósil congelado y descubrieron que los primeros ejemplares de esa variante aparecieron entre las generaciones 31,000 y 31,500 (es decir, la característica tardó unas 2000 generaciones en cundir). Luego tomaron 72 muestras de poblaciones anteriores, cuatro de las cuales volvieron a desarrollar la capacidad de consumir ácido cítrico. Pero, dato revelador, el hallazgo no se repitió en ninguna población de antes de la generación 20,000. A Lenski y sus colaboradores esto les sugiere que ciertas adaptaciones requieren adaptaciones previas que las potencien.

En la investigación más reciente de este fértil experimento, el equipo analizó la capacidad reproductiva de los 12 linajes en 41 puntos de su historia. Esperaban que, en el entorno estable y rico que el experimento ofrece a las bacterias, esta capacidad fuera aumentando en los primeros años, pero luego se estabilizara en un máximo. En efecto, se esperaría que si el medio ambiente no cambia, las especies alcancen un máximo de adaptación y no lo rebasen. Pero Lenski y sus colaboradores observan que, aunque la habilidad para reproducirse de las generaciones sucesivas ya no aumenta tan rápido, sigue cambiando. Esto sugiere que la evolución no para ni siquiera en condiciones estables.

El experimento de Lenski ha producido más de 50 artículos de investigación y muchos posgraduados. Y pensar que el investigador estuvo a punto de abandonarlo hace 15 años.