martes, 26 de enero de 2010

La prensa y el profesor Goddard

No se crean todo lo que dicen los periódicos. Hasta los mejores a veces publican falsedades (cuando no mentiras)... y errores garrafales. El 13 de enero de 1920 el New York Times, uno de los diarios más prestigiosos del mundo, metió la pata olímpicamente. El artículo culpable hablaba sobre el profesor Robert Goddard, de la Universidad Clark de Massachusetts. Goddard había publicado un artículo técnico titulado “Método para alcanzar altitudes extremas” en el que afirmaba que se podía llegar a la luna usando cohetes. El periódico hacía mofa de Goddard. ¿Cómo podía impulsarse un cohete en el espacio vacío, si no había atmósfera contra la cual empujar? “Al profesor Goddard”, decía el artículo del New York Times, “le faltan los conocimientos que se imparten diariamente en las secundarias”.

Pero el que carecía de conocimientos elementales de física era el autor del artículo del periódico. Un cohete no se impulsa empujando contra la atmósfera, sino porque el fuselaje y las partículas del chorro se empujan mutuamente. Unas salen despedidas hacia atrás y el otro hacia delante (la ley de la acción y la reacción en…ejem…acción). No hace falta que haya atmósfera.

Goddard era un científico muy serio y discreto. Este roce con la prensa lo hizo caer en una hosquedad rayana en la misantropía y no volvió a anunciar sus descubrimientos teóricos ni sus experimentos con cohetes. De poco le valió, como veremos.

Robert H. Goddard nació el 5 de octubre de 1882 en Worcester, Massachusetts. Desde muy pequeño mostró curiosidad por la naturaleza. Leía mucho sobre física y grandes inventos. En 1898, a los 15 años, leyó La guerra de los mundos, de H. G. Wells, que se publicaba por entregas en el periódico Boston Post. Un año y medio después, recién cumplidos los 17, Robert fue a pasar unos días en la granja de su tía Czarina. Su madre tenía tuberculosis y él estaba descansando para recuperarse de sus dolores de estómago crónicos. El 19 de octubre, un luminoso día de otoño, se trepó en un cerezo. Estaba embelesado contemplando el paisaje cuando lo asaltó una idea que lo dejó sin aliento: la física debía permitir construir un aparato para viajar a Marte. Robert decidió dedicar el resto de su vida a inventar ese aparato. “Cuando bajé del árbol”, escribió en su diario, “me pareció que mi vida por fin tenía un propósito”. Desde entonces y hasta su muerte Robert H. Goddard conmemoró sin falta el 19 de octubre, al que llamó “día del aniversario”.

Goddard se especializó en física. Luego se dedicó a dar clases y llevar a cabo sus investigaciones en la Universidad Clark, donde había obtenido su doctorado. El 16 de marzo de 1926 Goddard salió a un campo abierto con un cohete de tres metros de altura al que llamaba “Nell”. Su asistente encendió la mecha con un soplete. Primero no pasó nada. Luego el cohete salió disparado a cerca de 100 kilómetros por hora, se elevó 12 metros, hizo una curva hacia abajo y se estrelló en un plantío de coles, a 56 metros de distancia. Todo esto se produjo en 2 segundos y medio, pero era el primer vuelo de un vehículo de propulsión a reacción y combustible líquido (un cohete).

Goddard fue perfeccionando sus Nells. En 1929 uno de sus experimentos atrajo más atención de la que el científico hubiera deseado. El lanzamiento causó tal revuelo, que tuvo que acudir la policía. Inevitablemente acudió también la prensa local. Al día siguiente el periódico del lugar publicó un artículo con un titular que no debe haberle hecho mucha gracia al investigador: “Cohete lunar falla el objetivo por 238,799 millas y media”. Goddard se mudó a Roswell, Nuevo México, donde la gente no se metía con sus vecinos (quizá porque el vecino más cercano en el extenso y despoblado Nuevo México estaba demasiado lejos para hacerle caso a uno).

A partir de entonces, en efecto, nadie le hizo caso, ni siquiera los militares de Washington, a quienes Goddard ofreció sus descubrimientos al principio de la Segunda Guerra Mundial, luego de que los alemanes mostraran un insólito interés por sus investigaciones. Estados Unidos no desarrolló la técnica del cohete, pero Alemania sí, como descubrieron los habitantes de Londres cuando sobre la capital británica empezaron a llover misiles V-2. Un V-2 capturado al final de la guerra fue a dar a manos de Goddard. “Profesor, ¿no es éste su cohete?”, le preguntó un asistente. “Parece que sí”, dijo Goddard muy serio al tiempo que examinaba el aparato.

Goddard murió en 1945, pero el reconocimiento acabó por llegarle. En 1969, cuando el Apolo 11 llegó a la luna impulsado por un cohete de linaje goddardiano, el New York Times publicó una disculpa. Al parecer, los cohetes sí podían impulsarse en el vacío (lo que Isaac Newton pudo haberles dicho en 1686).

martes, 19 de enero de 2010

El arte de encuestar

Ahora que la opinión pública se cala diariamente por medio de encuestas les quiero contar unas experiencias personales.

Un día se presentó en mi casa un individuo que me pidió permiso para hacerme algunas preguntas acerca de los bancos y la publicidad que hacen por televisión. Le advertí de frente que yo de bancos sabía lo mismo que él de numismática egipcia. No le importó. Añadí que, por si fuera poco, yo la televisión la veía muy de tarde en tarde, y que sólo me daba por los canales de cable, canales con poca publicidad. El tipo seguía imperturbable, de modo que me sometí a sus preguntas. Mis respuestas fueron todas de este tenor: “no sé”, “no, no he visto ese comercial”, “no, no sé qué banco tiene como eslogan publicitario somos malos, pero los demás son peores”. Cuando, insistente, me preguntó si podía yo cantarle la tonadilla de algún comercial de banco, le dije que desde luego que no: en primer lugar, como ya le había señalado, casi no veo la tele, en segundo lugar la propuesta me pareció de una ridiculez oceánica. A los cinco minutos el individuo se dio por bien servido y se fue.

Pero regresó al cabo de unos instantes. ¿Podría yo –me solicitó—decir que la entrevista había durado 25 minutos en caso de que la supervisora pasara a preguntarme? (¡Veinticinco minutos!) Como el bienestar de un pobre particular me importa más que el de los bancos y su publicidad en televisión, accedí, deseoso de salvarle el empleo, no sin señalarle que no veía yo para qué iba a servir una entrevista semejante. Cierro la puerta, pero no bien entro en mi casa cuando suena de nuevo el timbre. Ah, que si por favor también puedo decir que tengo menos de 35 años porque la encuesta es para sondear a la población de esa edad.

Señores banqueros y sus publicistas: ¡cuidado! Si la empresa que contrataron en esa ocasión pretende hacerles creer que de una encuesta como esa van a extraer información útil acerca de cómo percibe el público a los bancos y su publicidad, los están engañando. Me imagino que las encuestas las solicitan ustedes para saber de veras qué opina el público. O sea, lo que les interesa es investigar científicamente el parecer de la población para averiguar cómo son las cosas, no para pintarle al dueño del banco un panorama halagüeño y falso. Eso me imagino yo, aunque la realidad podría ser otra. Recuerdo, por ejemplo, que hace muchos años las autoridades municipales hacían reverdecer con pintura el pasto seco del camellón de la Avenida Conscripto cuando se esperaba la visita del presidente municipal, al cual, evidentemente, le importaba un cuerno que las calles y otros servicios estuvieran en buenas condiciones. Sabedores de ese triste hecho, sus obsequiosos subalternos iban barriendo la mugre a su paso para que el señor presidente municipal no tuviera que posar sus augustos ojos en tanta porquería. Lo mismo se hacía a todos los niveles de la política. A los dignatarios no les gustaba ver la realidad, de modo que la hacían esconder bajo la alfombra. ¿Será que algunas encuestas se hacen con el mismo objetivo?

El quid del asunto es éste: si el propósito de la encuesta es endulzarle el oído al señor director del banco y que a la opinión del público se la lleve el tren, entonces sigan haciendo las encuestas así. En cambio si, por ventura, les interesara la verdad aunque duela (y a ciertos bancos la verdad les dolería mucho), más vale que vayan adoptando un procedimiento más riguroso para realizar encuestas.

En estas fechas el Partido Acción Nacional de México está realizando encuestas para saber qué opina la población acerca de la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo. Con el mismo espíritu súper objetivo y científico --y las mismas técnicas que el PAN--, presento aquí una

Encuesta para evaluar la sección Imagen en la ciencia de Radio Imagen:

1) ¿Usted les va a las Chivas o a los Pumas? (pregunta para destantear y de paso para saber qué datos voy a rechazar cuando haga mi análisis estadístico: quien no les vaya a los Pumas queda fuera. He dicho.)

2) En su opinión, que una estación de radio divulgue la ciencia es:

  1. a) Una obligación divina
  2. b) Súper benéfico para la sociedad
  3. c) Un deber moral insoslayable
  4. d) Una pérdida de tiempo (esta pregunta es para no ser tan obvio, juar, juar)

3) En su opinión, la sección Imagen en la ciencia es

  1. a) La mejor de toda la programación
  2. b) Inmejorable
  3. c) Bien divertida
  4. d) Que pongan más

4) ¿Qué opina usted de Sergio de Régules?

  1. a) Es el mejor divulgador del universo y zonas aledañas
  2. b) Es un genio
  3. c) Qué tipo más simpático

5) En una escala del 9 al 10, donde 9 es "buenísima" y 10 es "imposible mejorarla", ¿cómo calificaría usted la sección Imagen en la ciencia?

6) Si quitaran la sección Imagen en la ciencia usted

  1. a) Se haría el hara kiri
  2. b) Le daría una patada a su perro
  3. c) Dejaría de escuchar Radio Imagen hasta la séptima generación
  4. d) ¡Oh, dios en el cielo, no lo permitas!


martes, 12 de enero de 2010

Engañar a los expertos


En julio de 1984 se encontraron unas cabezas esculpidas en el foso de la ciudad de Livorno, Italia, donde vivió el pintor y escultor Amedeo Modigliani. Se decía que el artista, en un rapto de desesperación, había arrojado al canal varias esculturas que no le gustaron. Vinieron los expertos y no dudaron en autentificar las esculturas: las piedras tenían la "luz interior" que catacterizaba al maestro.

A las pocas semanas cuatro jóvenes livorneses fueron a la televisión y mostraron un video donde se les veía fabricando las cabezas esculpidas con un taladro Black & Decker. Los expertos en historia del arte quedaron como unos tontos y algunos perdieron su empleo y su prestigio.

Los críticos que mordieron el anzuelo hubieran podido sacar provecho de las investigaciones que llevan a cabo en el Dartmouth College, en Nueva Hampshire, el matemático Daniel Rockmore y sus colaboradores, que analizan con computadoras imágenes digitalizadas de obras artísticas usando una técnica matemática desarrollada por ellos. Una de sus líneas de investigación es la detección de falsificaciones en arte. La técnica consiste en buscar patrones en los trazos, igual que los grafólogos buscan patrones en el trazo de la letra manuscrita.

A una computadora equipada con el programa le dieron a analizar dibujos auténticos de Pieter Brueghel el Viejo, pintor flamenco del siglo XVI. Con esos dibujos, la computadora construyó un modelo estadístico del estilo del artista. Luego los investigadores usaron el modelo para analizar otros dibujos atribuidos a Brueghel, pero que hoy se consideran falsos. La computadora –o más bien el programa de Rockmore y sus colaboradores—los reconoció como falsos.

Para hacer esto, la computadora divide el dibujo o la pintura en parcelas y extrae información estadística que luego se somete a varios procesos matemáticos. Al final queda una especie de gráfica de tres dimensiones. Cada pintura ocupa un punto en esa gráfica. Las obras de estilos parecidos tienden a agruparse, a formar enjambres en ese espacio. Los enjambres se interpretan como obras de un mismo artista, y los puntos que quedan alejados del enjambre se interpretan como obra de otra mano.

En su análisis los investigadores muestran que los Brueghel originales se agruparon en un enjambre apretado, mientras las falsificaciones quedaron más distanciadas unas de otras y del enjambre.

El equipo también aplicó la técnica a lo que se conoce como el “problema de manos múltiples”: en las pinturas de muchos artistas del Renacimiento el maestro pintaba una parte y sus aprendices otras. Los expertos en arte se guían por la observación minuciosa y la intuición para distinguir qué parte de la pintura puede atribuirse al maestro y cuál a “su taller”. Rockmore aplicó su técnica a la “Virgen con el niño” del pintor italiano renacentista Pietro Perugino. En esa pintura aparecen seis personajes. Los investigadores analizaron las caras y descubrieron que tres de ellas producen puntos agrupados al analizarlas, mientras las otras arrojan puntos más distanciados. De ahí concluyen que es posible que las primeras tres sean obra de una misma persona (quizá el maestro) y las otras de tres manos distintas. El análisis matemático de la obra coincide con la opinión de los expertos, igual que con los Brueghel.

Estos análisis son ensayos apenas, pero la técnica podría usarse, junto con evaluaciones de expertos humanos, para identificar falsificaciones como la de Modigliani…y quizá así salvarles la vida a algunos críticos de arte.

También se usan técnicas similares para identificar autores de textos y compositores, y existe por lo menos un programa que, además de reconocer estilos musicales, los puede reproducir. Se llama EMI (Experiments in Musical Intelligence) y es obra del compositor David Cope. EMI ayuda a Cope con sus composiciones (después de haber analizado su estilo en muchas obras), pero también ha compuesto más de mil sinfonías al estilo de Mozart, una de las cuales se estrenó en 1997 en California con el título de Sinfonía número 42.

Esto sugiere que el estilo de un artista no es ese soplo de inspiración divina con que se asocia la genialidad artística desde tiempos del Romanticismo. El estilo, al parecer, se puede analizar. En otras palabras, puede reducirse a un algoritmo, o a una serie de instrucciones (ver en estas páginas "Beethoven artificial").
Pero no es lo mismo estilo que cualidades artísticas. Éstas no se pueden analizar porque lo "artístico" de una obra de pintura, de literatura o de música no reside en ninguna cualidad palpable ni medible: es más bien producto del consenso en la comunidad de artistas y de críticos de arte (posiblemente también del público, que decide si la obra le gusta o no). Un artista reconocido no es necesariamente un artista que produce obras "bellas", sino más bien uno que consigue convencer a la comunidad pertinente. Los pintores, para darse a conocer, tienen que exponer sus obras. El valor de éstas se aquilata examinando la lista de exposiciones en las que se ha presentado, así como las reacciones de los críticos. Si la obra se ha presentado en muchos lugares y ha generado opiniones favorables, se puede vender cara; si en cambio es un cuadro que nadie ha visto, por hermoso que le parezca al autor (y a sus abuelita), no vale nada. Dicho de otro modo, lo artístico --o el valor de las obras artísticas-- es un constructo social (como el dinero, que no vale si no hay una comunidad grande que haya convenido en aceptarlo como moneda de curso legal).
No lo digo yo, lo dicen expertos en arte como el crítico estadounidense Arthur Danto. En su libro La transfiguración del lugar común Danto analiza la creencia de que se puede distinguir los objetos que son arte de los que no lo son. Dice Danto: "la diferencia última entre arte y realidad es menos una diferencia entre tipos de objetos que una diferencia de actitudes, y por lo tanto lo que importa no es con qué nos relacionemos sino cómo nos relacionamos".
En 1917 el artista francés Marcel Duchamp presentó un orinal en una exposición usando el seudónimo R. Mutt. Hubo quien se ofendió y rechazó la "obra", titulada Fuente, diciendo que eso no era arte. Pero un crítico de la época dio en el clavo cuando escribió: "El hecho de que el señor Mutt realizara o no laa Fuente con sus propias manos carece de importancia. La eligió. Cogió un artículo de la vida cotidiana y lo presentó de tal modo que su significado utilitario desapareció bajo un título y un punto de vista nuevos. Creó un pensamiento nuevo para ese objeto". Es decir, obligó al público a adoptar frente a su orinal una actitud distinta a la que convendría si el objeto estuviera, por ejemplo, colgado en el muro de un baño. Con su broma, Duchamp puso en evidencia el problema de definir "lo artístico" sin más referencia que al objeto presentado.
Cuando los jóvenes bromistas livorneses revelaron que ellos habían fabricado las cabezas esculpidas del foso, por lo menos dos de los críticos que las autentificaron negaron la realidad diciendo que de todas maneras pensaban que las piedras eran obra de Modigliani... o quizá no negaron la realidad, simplemente adoptaron las ideas de Marcel Duchamp y con su negativa les dieron a esas esculturas un nuevo significado que las convertía, para todo fin práctico, en obras de arte.
En 2008 Michele Gherarducci, uno de los bromistas originales, decidió hacer de nuevo la cabeza, la cual se ofreció en subasta en e-bay a beneficio de un instituto de investigación sobre el cáncer. No he averiguado cuánto se ofreció por el falso Modi 2.0, como llamó Gherarducci a su obra, pero la historia parece confirmar lo que dice Arthur Danto acerca del arte, ¿no?

martes, 5 de enero de 2010

La danza de la cacatúa

Todas las culturas humanas tienen música y danza. Ningún otro animal puede decir lo mismo... o así se creyó hasta hace poco.
Bailar es sincronizar el movimiento del cuerpo con el ritmo de la música. Parece fácil, pero no lo es: la prueba está en que no lo hacen ni los simios, ni los delfines ni los perros, animales considerados entre los más inteligentes.
En el año 2007 el neurólogo Aniruddh Patel, del Instituto de Neurociencias de San Diego, vio en Youtube un video de una cacatúa bailarina llamada Snowball. El animal cabeceaba y alzaba y bajaba alternadamente las patas al ritmo de una canción de los Backstreet Boys. Patel se quedó patidifuso: era la primera vez que se veía bailar a un animal no humano. Pero, ¿era baile de verdad? ¿Estaba el animal realmente siguiendo el ritmo de la música y sincronizando sus movimientos, o estaba entrenado para moverse al oír música? Patel se puso en contacto con los dueños de la cacatúa para pedirla prestada para hacer experimentos.
El neurólogo y sus colaboradores le pusieron música al animal. La cacatúa acometió su danza con entusiasmo. Luego fueron variando el tempo de la música. El ave ajustó sus movimientos al cambio. Conclusión: Snowball escucha la música, le extrae el ritmo y sincroniza su gimnasia. En otras palabras, baila de verdad. Desde entonces los investigadores han analizado más de mil videos de loros bailarines en Youtube y han concluido que estos animales tienen, como nosotros, la maquinaria cerebral necesaria para bailar.
Patel se pregunta por qué los loros y no los primates. Su conclusión, hasta hoy, es que la habilidad de bailar proviene de la capacidad de imitar sonidos, capacidad que poseemos los humanos y los loros, pero que les falta a los otros mamíferos (aunque se sabe de un elefante que imita sonidos de camión y que también baila). Así, un video simpático en Youtube ha desembocado en conclusiones muy profundas acerca del origen de la danza y la música en las personas. Si Patel está en lo cierto, nuestra capacidad de hacer música y de sincronizar con ella nuestros movimientos no es un producto directo de la evolución de nuestra especie (no nos aporta ningún beneficio en términos de probabilidades de sobrevivir), sino un producto secundario que aprovecha la maquinaria neuronal que a los humanos nos sirve para aprender a hablar.
Los loros y las cacatúas también aprenden a hablar, de modo que ya conocemos otra especie que sí puede decir --literalmente-- que baila.

Más información este artículo que escribí para la revista ¿Cómo ves? en colaboración con Francisco Delahay: "El cerebro y la música".
Y para los que quieran ver a Snowball bailar, aquí está el video de los experimentos de Aniruddh Patel y sus colaboradores: